Sin olvido
Él estaba en el café de siempre, el que aún conservaba las sillas de hierro negro y las lámparas amarillentas que parecían resistirse al paso del tiempo. No la esperaba —hacía tiempo que había dejado de hacerlo—, pero ahí estaba. Entrando como si nada hubiera cambiado, como si todos los encuentros fallidos y las despedidas a medias no hubieran dejado huella. Cada cierto tiempo volvía al mismo bar, a la misma hora en la que se habían dicho adiós años atrás. Lo hacía con la secreta esperanza de que, por esas cosas del destino, ella apareciera de nuevo. Para quizá decirle todo lo que aquella tarde no alcanzó a confesar, o para callar lo que nunca debió haber dicho. Y, sobre todo, para volver a escuchar esa voz que con los años se le iba borrando de la memoria, pese a sus esfuerzos por retenerla. Tal ...