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Si alguien te quita, otro te da

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  Siempre había entendido de esfuerzo y sacrificio, pero aún más de lo que significaba «dar», sin espera, sin acuse de recibo, sin más. Cada vez que lo encontrabas en esas escaleras junto al río, de aquella ciudad india, muy poblada y avasallante de turistas, ponía su mejor sonrisa y te ofrecía sus artesanías, recubiertas con una dosis de bondad y su apariencia servicial. Desde que nació, Raúl vivió como cualquier otro chico; aunque sin poderlo demostrar. Atrás de aquel joven, había una mezcla de inocencia e ilusión que, al principio, parecía difícil de descifrar. Había crecido sin su madre ‒ que había fallecido en el parto ‒ , y a sus catorce años comenzó a trabajar en la calle por la enfermedad de su padre –quien se encontraba postrado por invalidez. Como alguien debía llevar el pan a la casa para alimentar a su familia de tres junto a su hermana de dieciséis, parecía que el futuro se encontraba escrito para él. Un día, una turista lo encontró de la nada, cambiándole el todo .

Tarde o temprano

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Ezequiel se consideraba un trotamundos, un indomable de lo conocido y un desafiante de la cotidianeidad. Un viajero, o por qué no, un necesitado de nuevas experiencias. Un fugitivo de aquellos destinos predecibles, construidos para quienes no huían inconscientemente como él, para los que no buscaban novedades ni se aventuraban a lo desconocido. Ezequiel había nacido en Holanda ‒ de donde era su madre ‒ , pero hizo la universidad en Alemania ‒ de donde era su padre y quién había regresado allí después de la separación en su cumpleaños número doce.   Como de país en país, Ezequiel había pasado de casa en casa con el correr de los años y, por supuesto, también de trabajo en trabajo. De a ratos era feliz y por momentos estaba ausente, por alguna razón que nunca pudo establecerse o quién sabe qué.   Como quien busca definirse de forma u otra, supo trabajar de lo que supuestamente le gustaba hasta que llegaron los primeros resultados desfavorables haciendo que desistiera. Intentó encon

A puertas cerradas

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  Y allí estaba Antonio, ese ejecutivo que con su treintena de años encima, pensaba que ya nada de su pasado le podría incomodar en su presente perfecto, ni tampoco en su futuro lleno de ilusiones y de grandes sueños. Nunca pensó que el momento más significante de su vida llegaría cuando se cerrara para siempre una de las puertas con las que había nacido y crecido, una puerta que siempre había estado abierta: la casa de los abuelos. Al cerrarse esa puerta, finalizaban los encuentros, a veces tan grandes que parecían una familia real. Acababan las tardes alegres con los tíos, primos, nietos, sobrinos, padres y hermanos; incluso con una novia o un novio de paso, con los vecinos enamorados de la calidez que emanaba desde el interior.   Cerrar esa casa suponía decir adiós a las canciones con la abuela y a los consejos del abuelo, al dinero que le daban a escondidas, a los gestos cómplices y a los castigos incumplidos. A llorar por los que se habían ido, como a reír por los nuevos que vendr

Entre recuerdo y olvido

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  A pesar de que todas las mañanas contaban las mismas historias, para Miguel y para Carmen tenían significados diferentes; amén del tiempo transcurrido y de lo que habían vivido, uno de los dos ya no estaba allí presente como antes. Hoy, al igual que cualquier otro día, en Miguel se reflejaba la insistencia, como quien, a pesar de hacer siempre lo mismo se ilusiona con un nuevo final.   —Buenos días, señora Carmen. —Buenos días joven. —¿Qué hace allí parada? Se va a quedar usted congelada del frío que hace. —Estoy esperando a mi hijo. Se fue por la compra hace un rato, pero parece que se retrasa —dijo la mujer, consultando su reloj. —No se preocupe, seguro que no tardará. ¿Le importa si le hago compañía? —Gracias querido, no te molestes. Debes tener mejores cosas que hacer que acompañar a una vieja como yo. —No es ninguna molestia. Nos sentaremos en este banco y esperaremos…   Y así Miguel, como cada mañana, se sentó junto a su madre que, por esas cosas que produce

Tres puntos suspensivos

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Porque llegó su cumpleaños, y llegó la universidad y el título. Llegó el primer trabajo, el segundo, y su proyecto personal. Llegó el beso que soñó, y llegó el amor, y el amor después del amor. Llegó el sol después de la tormenta y el tiempo de conocerse a sí mismo. Porque llegó el viaje anhelado y las cien y una historias que una vez imaginó, Junto a las personas con las que jamás pensó.   Porque llegó el fin de semana y las vacaciones, y llegó el coche y la casa frente al mar. Llegó lo que esperaba, y a veces mucho más.   Porque llegó el amigo desde el otro lado del mundo. Llegaron los momentos que ansiaba repetir y también llegaron las sorpresas. Porque llegó el día que se despertó ante una vocecita que le decía «papá».   Porque así como llegaron a los que estuvo esperando, llegaron los momentos en los que algunos se fueron. Y también llegó el día en el que la herida ya no dolió.   Llegaron los fracasos, los aciert

Siempre amigos

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Un hombre, su caballo y su perro, caminaban por un oscuro y solitario desierto, cuando de pronto un fuerte temporal con vientos huracanados llenos de lluvia los enfrentó sin piedad. De la tormenta eléctrica un rayo se desprendió y atacó a los tres caminantes por igual, causando sus muertes rápidamente. Hay veces que a los muertos les lleva un tiempo darse cuenta de sus actuales condiciones, sin embargo, el hombre comprendió que los tres lo estaban, y lo que parecía ser un final, era un nuevo comienzo, en otro desierto, bajo un radiante sol. La caminata se estaba haciendo muy larga, desgastante por tramos. El calor no les daba tregua y los tres estaban empapados en sudor y con mucha sed; rogaban desesperadamente por un vaso de agua. Después de unas horas y tras cruzar una duna muy alta, avistaron un majestuoso portal de mármol en el medio de una gran cerca celestial, que dividía el desierto de una frondosa plaza enmarcada por los árboles, y en su centro había una fuente de la que br

Amores perros

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Camila transitaba su primer año de universidad lejos de casa, compartiendo esa etapa de la vida con muchas otras personas, que al igual que ella, fuera por obligación o convicción, se habían mudado a otras ciudades en búsqueda de un presente que les garantizara un futuro mejor. Si bien con los años ella había aprendido tanto a ganar como a perder, su rostro nunca se había transformado tanto como ese lunes a la mañana, camino a clase, en el instante en el que leyó un mensaje de texto y entonces comprendió que lo que no es, puede llegar a ser. Que hasta lo que no es humano puede dejar de existir de un día para el otro y junto a eso, la mitad de la vida de cualquier ser racional, cuando el lenguaje que supo ser sólo con gestos cuando todavía no había experimentado sus primeros pasos, se había transformado con el correr del tiempo en un camino lleno de huellas compartido con su mejor amigo: su perro. Su héroe de historias inventadas para sus amigas, su admirador de soledad frente al espejo