La vida en 3 minutos

De frente al radiante ventanal, Ernesto seguía inmóvil, mirando al presente con los ojos puestos en el pasado. Las fotos que le había enviado su hermano sobre lo que hoy era su casa, se contraponían con los recuerdos que él tenía de aquellos tiempos, como dos caras de una misma moneda. Había nostalgia por lo que no fue como también tristeza por todos esos momentos en los que supo ser feliz, instantes de una vida sin retorno.

Hacía más de tres años que Ernesto vivía en Portugal, después de haber dejado Montevideo, su tierra natal, luego de su divorcio tras un matrimonio de casi veinte años.

Como quien navega por necesidad más que por destino, como quien camina los caminos que son de otros, Ernesto vivía en Faro, una ciudad al sur, y en soledad, ya que sus hijos lo hacían en otra ciudad portuguesa a dos horas en tren de la primera. Por el deseo de quedarse cerca de ellos y la necesidad de estar lejos de su ahora ex mujer, Ernesto se quedó a mitad de camino, como en una intersección entre el lugar que lo vio nacer y crecer y el que lo condujo a su actual destino.

Ernesto tenía su trabajo, sus amistades y su pequeña casa apodada «Mientras Tanto» esperando por el hogar al que pudiera llamar “Definitivo”, pero como la vida da tantas vueltas y así como avanza cada tanto nos hace retroceder, no fue excepción esa mañana de jueves para el cuando abrió su móvil ante el parpadeo de las notificaciones.

Su hermano, Esteban, le enviaba un video de tres minutos bajo el título: «Lo que me pediste» con las imágenes del interior de su casa en Montevideo, un recorrido visual para confirmar su estado ante la posibilidad de una venta. Meses atrás, Ernesto y la madre de sus hijos, habían decidido ponerla en el mercado; esa misma en la que supo compartir con su familia, en la que soñaron junto a su esposa y la que vio nacer a sus hijos. Esa, que dibujada en papel, con esfuerzo y el correr del tiempo logró hacerse realidad, y que habían pasado tres años desde que él la había visto por última vez.

Apreciándola, se encontraba igual que al dejarla previo a cerrar la puerta para no regresar. Los sillones, en donde dormía sus siestas con la televisión encendida y que supieron hacer de cama en otras tantas noches, pese al polvo acumulado todavía conservaban su color. La canilla de la cocina aun regalaba una gota cada cierto parpadeo y la mesa que tantas veces soportó conversaciones reposaba junto a las sillas de la sala, esperando ver regresar a sus dueños.

A pesar del descuido, el jardín continuaba dando vida, aunque con otras flores y colores. El cuarto de los chicos mostraba que aún eran chicos, y la foto de unas vacaciones de verano que colgaba en la pared resquebrajada del pasillo, le dirían a cualquiera que la felicidad pasa cuando no te das cuenta.

Ernesto se emocionaba en silencio, añorando las pequeñas cosas que el tiempo y la ausencia mató, pero inconsciente de que su tren le había vendido un boleto de ida y vuelta.   




Comentarios

  1. Qué bonito. Todos hemos añorado momentos, el jardín. Y como Ernesto, esas pequeñas cosas que la ausencia y el tiempo van desvaneciendo. Pero los recuerdos son las cosas que nos mantienen vivos. Enhorabuena y mucha suerte en tu andadura.

    De una noble que a otro noble.

    Glo.

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  2. Es triste dejar atrás un pasado que nos dió tantos momentos felices y tantas personas que amamos, pero no hay más, solo el presente para continuar con nuestro viaje, en el que seguro encontraremos personas y motivos para seguir hasta que estemos fuera de este mundo terrenal!

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