Siempre amigos

Un hombre, su caballo y su perro, caminaban por un oscuro y solitario desierto, cuando de pronto un fuerte temporal con vientos huracanados llenos de lluvia los enfrentó sin piedad. De la tormenta eléctrica un rayo se desprendió y atacó a los tres caminantes por igual, causando sus muertes rápidamente.


Hay veces que a los muertos les lleva un tiempo darse cuenta de sus actuales condiciones, sin embargo, el hombre comprendió que los tres lo estaban, y lo que parecía ser un final, era un nuevo comienzo, en otro desierto, bajo un radiante sol.


La caminata se estaba haciendo muy larga, desgastante por tramos. El calor no les daba tregua y los tres estaban empapados en sudor y con mucha sed; rogaban desesperadamente por un vaso de agua.


Después de unas horas y tras cruzar una duna muy alta, avistaron un majestuoso portal de mármol en el medio de una gran cerca celestial, que dividía el desierto de una frondosa plaza enmarcada por los árboles, y en su centro había una fuente de la que brotaba agua cristalina.


Sin siquiera dudarlo, el caminante se dirigió al hombre que cuidaba la entrada, en la que en un cartel se podía leer la palabra «Paraíso».

- ¿Esto es el cielo? —preguntó.

- Eso mismo, y usted puede entrar a beber agua a voluntad —dijo el guardián señalándole la fuente.

- Muchas gracias. Llevamos días enteros en viaje, y mi caballo y mi perro también están con sed. Urgimos por un poco de sombra después de tanto sol.

- Lo lamento mucho. Aquí no se permite la entrada a animales. Usted puede ingresar, pero su caballo y su perro no.


El hombre se sintió muy decepcionado porque su sed era inmensa, pero él no bebería dejando a sus amigos atrás. De esa manera, decidió continuar su camino.


Luego de mucho caminar cuesta arriba, deshidratados y cansados, atravesaron nuevamente una duna, mucho más grande que la anterior. En esta ocasión, llegaron a un sitio cuya entrada estaba marcada por un viejo portal apenas abierto. Hacia adelante, se abría un camino de tierra con árboles a ambos lados que daban sombra. Bajo uno de éstos, un hombre con la cabeza cubierta por un sombrero estaba recostado; parecía dormido.

- Buen día —dijo el caminante.

- Buen día —respondió el señor.

- Estamos con mucha sed, mi caballo, mi perro y yo.

- Hay una fuente en aquellas piedras. —El señor indicó—. Pueden beber a voluntad.


El trío cansado por fin sació su sed.

- Muchas gracias —dijo el caminante al salir.

- Vuelvan cuando gusten.

- A propósito, ¿Cuál es el nombre de este lugar?

-Cielo.

- ¿Cielo? ¡Mas si el hombre en la guardia del portal de mármol me dijo que allí era el cielo!

- Aquello no es el cielo. Es el infierno.

- Esa información falsa debe causar grandes confusiones —dijo el caminante con perplejidad.

- De ninguna manera. De hecho, ellos nos hacen un gran favor. De esa forma, allí se quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.




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