Tarde o temprano


Ezequiel se consideraba un trotamundos, un indomable de lo conocido y un desafiante de la cotidianeidad. Un viajero, o por qué no, un necesitado de nuevas experiencias. Un fugitivo de aquellos destinos predecibles, construidos para quienes no huían inconscientemente como él, para los que no buscaban novedades ni se aventuraban a lo desconocido.

Ezequiel había nacido en Holanda de donde era su madre, pero hizo la universidad en Alemania de donde era su padre y quién había regresado allí después de la separación en su cumpleaños número doce.

 Como de país en país, Ezequiel había pasado de casa en casa con el correr de los años y, por supuesto, también de trabajo en trabajo. De a ratos era feliz y por momentos estaba ausente, por alguna razón que nunca pudo establecerse o quién sabe qué.

 Como quien busca definirse de forma u otra, supo trabajar de lo que supuestamente le gustaba hasta que llegaron los primeros resultados desfavorables haciendo que desistiera.

Intentó encontrase en ciudades de ensueño, a esas donde se suele ir buscando las vacaciones soñadas, pero después de pasar un tiempo en ellas, esa idea nunca le terminó por convencer.

 La vida lo quiso frenar, o al menos darle un tiempo, cuando por producto de una relación tuvo un hijo nacionalizado portugués con una mujer de Lisboa, a quien conoció en su estancia en ese país. No obstante, esa misma vida lo volvió a alejar, invitándolo a seguir camino.

 En un abrir y cerrar de ojos el tiempo pasó y ya eran veinte los años que llevaba Ezequiel en una isla de Filipinas, en donde había empezado ayudando a uno de los lugareños a cambio de un techo y comida, pero su espíritu emprendedor lo llevó a crear su propio lugar. Hoy se había transformado en un lugareño consolidado y no podía explicar con palabras por qué su destino le había marcado la señal de llegada en un lugar tan recóndito y diferente del que había nacido y uno que distaba mucho de la vida que alguna vez supo vivir. Lejos del contacto familiar, de los aromas conocidos, del idioma natal, de los amigos de siempre, de los pedacitos de vida que habían hecho de aquel joven insatisfecho todo un maestro de experiencias…

 Porque cuando uno es quien siempre quiso ser junto a un sueño por cumplir, tu lugar te encuentra y ya no puedes irte. 

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