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Historia de plaza

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     Esteban se había sentado en esa plaza sin saber bien por qué. A pesar de que no era su rutina porque ni siquiera vivía cerca. Simplemente, esa tarde, algo lo llevó ahí. Tal vez las ganas de dejar de pensar o tal vez las ganas de volver a hacerlo.      El banco estaba un poco torcido, la sombra no llegaba del todo y el ruido de los autos se colaba entre los árboles. Pero algo en esa plaza lo sostenía. Era un espacio sin tiempo, como los que alguna vez habían sido refugio.      Fue entonces cuando los vio. Justo allí, como en cámara lenta.      Dos chicos, de no más de nueve años, se hamacaban con la soltura del que no piensa en caerse. El chico tenía zapatillas blancas que cada tanto raspaban el suelo y la chica, una camiseta celeste de algún regalo reciente y un rodete hecho con más voluntad que prolijidad. A un costado, dos muñecas descansaban sobre el banco, ignoradas por ahora.      Se hablaban con seried...

Lazos de familia

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Durante años, Sofía soñó con recorrer esas calles que su abuela siempre evitaba mencionar, como si en ese silencio habitara un dolor demasiado antiguo para decirse en voz alta. Pasaron suficientes primaveras hasta que, en uno de tantos días, se encontró tan cerca de lo desconocido como de lo tan ansiado. Sofía era actriz y se encontraba en Italia, en pleno rodaje. En uno de esos días de descanso entre set y set, decidió visitar el pueblo donde habían nacido su madre y su abuela. Esta última, cada vez que se le preguntaba sobre ese lugar, esquivaba el tema. …y cuando lo hacía, su mirada se perdía por la ventana, como quien conversa con el pasado sin querer invocarlo del todo. Alegaba que allí ya no le quedaba familia y que, por eso, desde adolescente y tras marcharse con su hija pequeña, nunca más había regresado. Sofía, sin ninguna información y sin que su abuela lo supiera, sintió igualmente el deseo de ir. No hablaba el idioma ni sabía por dónde empezar, pero comenzó a golpear puer...

Y sin embargo, se muere

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       Había pasado los 60 y aunque no se notaba, Esther era de esas mujeres que sabían cargar con los años sin que pesaran. Su andar era calmo, pero firme. Su presencia, ligera. No tenía hijos, ni pareja, ni demasiadas pertenencias. Pero sí una biblioteca inmensa y una serie de costumbres que nadie más comprendía.      Se levantaba temprano, se preparaba un café que bebía sola en el jardín, anotaba pequeñas reflexiones en un cuaderno y hablaba con los colibríes, como si fueran viejos conocidos. Pero esa mañana, algo distinto ocurrió.      No fué un temblor, ni una tragedia. Fue una noticia, de esas que llegan sin pedir permiso. Murió un vecino, uno que ni siquiera conocía bien. Pero su muerte la sacudió porque si bien no era cercana, sí posible. Y la posibilidad es a veces más inquietante que la certeza.            Ese hombre se había ido así nomás, una mañana cualquiera, como quien se o...

Si alguien te quita, otro te da

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  Siempre había entendido de esfuerzo y sacrificio, pero aún más de lo que significaba «dar», sin espera, sin acuse de recibo, sin más. Cada vez que lo encontrabas en esas escaleras junto al río, de aquella ciudad india, muy poblada y avasallante de turistas, ponía su mejor sonrisa y te ofrecía sus artesanías, recubiertas con una dosis de bondad y su apariencia servicial. Desde que nació, Raúl vivió como cualquier otro chico; aunque sin poderlo demostrar. Atrás de aquel joven, había una mezcla de inocencia e ilusión que, al principio, parecía difícil de descifrar. Había crecido sin su madre ‒ que había fallecido en el parto ‒ , y a sus catorce años comenzó a trabajar en la calle por la enfermedad de su padre –quien se encontraba postrado por invalidez. Como alguien debía llevar el pan a la casa para alimentar a su familia de tres junto a su hermana de dieciséis, parecía que el futuro se encontraba escrito para él. Un día, una turista lo encontró de la nada, cambiándole el tod...

Tarde o temprano

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Ezequiel se consideraba un trotamundos, un indomable de lo conocido y un desafiante de la cotidianeidad. Un viajero, o por qué no, un necesitado de nuevas experiencias. Un fugitivo de aquellos destinos predecibles, construidos para quienes no huían inconscientemente como él, para los que no buscaban novedades ni se aventuraban a lo desconocido. Ezequiel había nacido en Holanda ‒ de donde era su madre ‒ , pero hizo la universidad en Alemania ‒ de donde era su padre y quién había regresado allí después de la separación en su cumpleaños número doce.   Como de país en país, Ezequiel había pasado de casa en casa con el correr de los años y, por supuesto, también de trabajo en trabajo. De a ratos era feliz y por momentos estaba ausente, por alguna razón que nunca pudo establecerse o quién sabe qué.   Como quien busca definirse de forma u otra, supo trabajar de lo que supuestamente le gustaba hasta que llegaron los primeros resultados desfavorables haciendo que desistiera. Inte...

A puertas cerradas

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  Y allí estaba Antonio, ese ejecutivo que con su treintena de años encima, pensaba que ya nada de su pasado le podría incomodar en su presente perfecto, ni tampoco en su futuro lleno de ilusiones y de grandes sueños. Nunca pensó que el momento más significante de su vida llegaría cuando se cerrara para siempre una de las puertas con las que había nacido y crecido, una puerta que siempre había estado abierta: la casa de los abuelos. Al cerrarse esa puerta, finalizaban los encuentros, a veces tan grandes que parecían una familia real. Acababan las tardes alegres con los tíos, primos, nietos, sobrinos, padres y hermanos; incluso con una novia o un novio de paso, con los vecinos enamorados de la calidez que emanaba desde el interior.   Cerrar esa casa suponía decir adiós a las canciones con la abuela y a los consejos del abuelo, al dinero que le daban a escondidas, a los gestos cómplices y a los castigos incumplidos. A llorar por los que se habían ido, como a reír por los nuevos ...

Entre recuerdo y olvido

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  A pesar de que todas las mañanas contaban las mismas historias, para Miguel y para Carmen tenían significados diferentes; amén del tiempo transcurrido y de lo que habían vivido, uno de los dos ya no estaba allí presente como antes. Hoy, al igual que cualquier otro día, en Miguel se reflejaba la insistencia, como quien, a pesar de hacer siempre lo mismo se ilusiona con un nuevo final.   —Buenos días, señora Carmen. —Buenos días joven. —¿Qué hace allí parada? Se va a quedar usted congelada del frío que hace. —Estoy esperando a mi hijo. Se fue por la compra hace un rato, pero parece que se retrasa —dijo la mujer, consultando su reloj. —No se preocupe, seguro que no tardará. ¿Le importa si le hago compañía? —Gracias querido, no te molestes. Debes tener mejores cosas que hacer que acompañar a una vieja como yo. —No es ninguna molestia. Nos sentaremos en este banco y esperaremos…   Y así Miguel, como cada mañana, se sentó junto a su madre que, por esas cos...