Si alguien te quita, otro te da
Siempre había entendido de esfuerzo y sacrificio, pero aún más de lo que significaba «dar», sin espera, sin acuse de recibo, sin más. Cada vez que lo encontrabas en esas escaleras junto al río, de aquella ciudad india, muy poblada y avasallante de turistas, ponía su mejor sonrisa y te ofrecía sus artesanías, recubiertas con una dosis de bondad y su apariencia servicial. Desde que nació, Raúl vivió como cualquier otro chico; aunque sin poderlo demostrar. Atrás de aquel joven, había una mezcla de inocencia e ilusión que, al principio, parecía difícil de descifrar. Había crecido sin su madre ‒ que había fallecido en el parto ‒ , y a sus catorce años comenzó a trabajar en la calle por la enfermedad de su padre –quien se encontraba postrado por invalidez. Como alguien debía llevar el pan a la casa para alimentar a su familia de tres junto a su hermana de dieciséis, parecía que el futuro se encontraba escrito para él. Un día, una turista lo encontró de la nada, cambiándole el todo .